En aquella casa humilde todavía no llegaba el sustento a tanto como para permitirse dejar de cocinar en el suelo y sobre las tres piedras tiznadas que hacían de fogón. Siempre prendiendo la lumbre a base de leña o carbón. Tiznadas las tres piedras, tiznados los calderos, tiznadas las paredes de piedra y barro. Algún año, la familia de Angelina tuvo que echar mano de los ciscallos, carozos o piñas de los pinos para afrontar la carencia de combustible y para hacer más llevaderos los crudos inviernos de fuertes vientos que acompañaban aquella zona abrupta.
El ruiseñor y la rosa” era su título, de Oscar Wilde y de la Editorial Bruguera y en la “Colección Para la infancia”. Dentro, seis dibujos distintos y distribuidos a lo largo de todo el cuento, esmeradamente perfilados, dando la sensación de esos cuidados y finos bocetos hechos a tinta china.